Aún el fantasma…

La tumba de Karl Marx fue vandalizada dos veces en un muy breve lapso de tiempo. La primera, en enero, con un objeto contundente, intentando borrar las inscripciones que la cubren. La segunda, en febrero, pintadas: «Homenaje al holocausto bolchevique, 1917-1953», «66 millones de muertos», «doctrina del odio», «arquitecto del genocidio»…

Mientras, estallan huelgas en todo el mundo. A los chalecos amarillos y la insurrección haitiana, se suman movimientos de masas en México, India, Bangladesh, Estados Unidos, rebeliones populares en centroamérica, las más de 1700 protestas y huelgas de trabajadores chinos a lo largo de 2018 (un incremento del 36% con respecto a 2017)… realmente es “un año que se las trae”. Se agudizan los conflictos de clase, y la catástrofe en que se sumerge el capitalismo, por sus propias contradicciones, no pasa inadvertida. Es decir, en otras palabras, que el análisis de Marx está más vivo que nunca. Y es por eso que lo atacan, y como no se puede destruir la teoría, en un gesto de total impotencia, atacan su tumba. Como si las leyes del materialismo dialéctico fuesen a detenerse porque alguien ha pintado la tumba del su cofundador.

Donald Trump dió hace días un discurso en Florida en el que, combinado con referencias a Maduro como un «títere cubano», dedicó extensos pasajes a criticar el socialismo. La inequidad en el país del sueño americano está a la orden del día, y centenares de miles de docentes están en pie de lucha contra el ajuste en la educación por parte del gobierno. La burguesía, la clase dominante, odia a Marx. Odia el socialismo. Por eso los conceptos salientes del discurso de la pareja presidencial (Melania también se despachó con un discurso leído), fueron un intento de contraposición entre «la libertad patriótica» y el socialismo y comunismo. «En Venezuela y todo el hemisferio occidental, el socialismo está muriendo».

A treinta años de la caída del muro de Berlín y el «fin de la historia», pareciera más bien lo contrario: Es ante el colapso insalvable y la crisis terminal del sistema que defienden los Trump del mundo, ante el «patriotismo de la libertad» que jamás tuvo empacho en financiar los más sangrientos regímenes dictatoriales, y ante el agotamiento de los gobiernos «nacionalistas», incluso de aquellos que usaron un tiempo la retórica propia del llamado «socialismo del siglo XXI», es que el internacionalismo proletario se erige como la única alternativa para que la humanidad no sea también arrastrada al colapso.

Sugestivamente, salvo la ocasional esvástica pintada por algún neofascista, la tumba de Marx no ha sufrido grandes ataques desde los períodos de gran radicalización política de los 60s y los 70s. “Su nombre y su obra pasarán la prueba del tiempo,” dijo Engels en su funeral. Tuvo razón.

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