Ileana Celotto – Psicología, dictadura y militancia de izquierda

En la época de la dictadura yo era estudiante de la Facultad de Psicología de la UBA. Tuve la posibilidad de vivir los años previos a la dictadura desde un punto de vista diferente al de muchos estudiantes dado que yo ya era militante política de izquierda. Pertenecía a la Unión de Juventudes por el Socialismo, en ese momento conocida como TERS (Tendencia Estudiantil Revolucionaria Socialista), y participaba de todo lo que era organización estudiantil, centros de estudiantes, etcétera. Al llegar la dictadura continué, claro que la forma de organización y expresión cambió rotundamente.

Yo hablaría no solamente de lo que pasó a partir del golpe militar sino también en el tiempo anterior, porque las cosas cambiaron mucho ya desde esos años previos. Psicología también se cursaba en lo que hoy es el Rojas. En el año 1974 o ‘75, ahí, teníamos que hacer las elecciones del Centro de Estudiantes, que fueron prohibidas, y decidimos con compañeros de diversas corrientes realizarlas igual. Lo hicimos en la calle, y obligaban al personal no dicente a corrernos con los escobillones: Nos barrían literalmente. Así todo, tuvimos una buena elección. Los estudiantes participaban, si bien el cuarto oscuro y todo eso era muy frágil, lógicamente.

Otra etapa muy importante previa a la dictadura para mí fue cuando recién ingresé a la Universidad. Salí del Buenos Aires en el ‘73 y decidí no hacer el sexto año porque se había conquistado el ingreso irrestricto, así que entré directamente a Psicología, y cursé en el Clínicas, un viejo hospital donde se cursaban las materias introductorias. Ahí teníamos delegados en todos los cursos. Yo fui subdelegada, mi delegado fue el compañero Hueso, montonero, al que lamentablemente me enteré por paredes y puertas de baños escritos en Psicología que habían secuestrado junto a dos tías suyas.

Había todo un debate en que participaba prácticamente todo el mundo. No era una cuestión, como se quiso decir, de un grupo interesado en hacer política, sino que realmente debatíamos el nivel de la facultad, de la carrera, hacia dónde iba la educación, el perfil del psicólogo. Un montón de cuestiones que yo reivindico de ese entonces y también para hacerlas ahora. Nos apropiábamos del espacio como estudiantes en todo sentido, no eramos pasivos, y discutíamos: ¿Psicólogos para qué?; ¿Qué tipo de salud mental?; ¿Prevención sí o no? Lo discutíamos con los docentes, era parte del programa de los cursos en un punto.

También hubo otra etapa linda en ese momento previo a la dictadura: había un acercamiento entre los organismos estudiantiles y cierto sector profesional. Particularmente, el CEP estaba en contacto con la Asociación de Psicólogos. Yo tuve oportunidad en ese momento de conocer y tratar con Beatriz Perosio, de discutir con ella y evaluar cosas en conjunto con otros compañeros. Esa asociación, al menos en aquellos años, tenía un edificio muy lindo –con una escalera de la cual una vez me caí y me rompí un brazo–, en Juncal y Pueyrredón, cerca del Hospital Alemán, y había muchas cuestiones que podíamos debatir en conjunto. Yo estaba en los primeros años de mi carrera, no estaba por recibirme, pero igual teníamos contacto con los profesionales.

Por supuesto nos conocíamos los diferentes activistas. La facultad se cerró, durante bastante tiempo no nos vimos, y cuando se reabrió la carrera no teníamos una organización, pero nos fuimos encontrando, ya bajo la dictadura. Entonces recuerdo por ejemplo que yo trataba de buscar caras conocidas, pero a la vez había que tener mucho cuidado al acercarse, por un lado porque uno no sabía qué había pasado con esas personas, ni la otra persona sabía qué había pasado con nosotros. Se conocía por lo menos entre toda la militancia de izquierda la cuestión de los infiltrados. Teníamos conocimiento – no el suficiente tal vez, no nos llegamos a enterar de todo lo macabro que pasó en esos años–, pero por lo menos en la organización en que yo participaba teníamos bastantes medidas de seguridad como para poder manejarnos.

Recuerdo una vez, en Jujuy e Independencia, ver de lejos a un compañero de otra organización política también de izquierda, que había estado conmigo en el Centro de Estudiantes, organizando elecciones juntos. ¡Yo no podía de la alegría! Lo llamo, y él no sabía si pararse o no pararse, no por no haberme reconocido, sino porque tenia desconfianza de por qué yo lo estaba llamando. Ese tipo de cosas pasaba. Intercambiábamos materiales por supuesto también, pero siempre dentro de un paquete de cigarrillos, o cosas por el estilo, porque si te encontraban con algo eras boleta.

Yo tuve una situación de ese tipo bastante particular, una anécdota que por suerte puedo contar. Era julio del año ‘76, yo estaba cursando neuroanatomía creo, y me habían prestado un libro. Creo que era Biología de Villee, y bueno, había resúmenes dentro del libro escritos con la letra de la persona que me lo había prestado. Estaba una noche en un bar en Primera Junta que se llamaba Caballito Blanco, con el que posteriormente fue mi marido, éramos novios, y había otra persona más. Estábamos en una cita política. Se ve que el mozo algo escuchó, nos delató y vino la policía.

Nosotros teníamos una coartada, en un sentido, porque yo conocía todos los datos de mi novio y él los míos, mas o menos conocíamos a la otra persona, pero bueno, nos empiezan a revisar. Nadie tenía nada encima, y sin embargo cuando agarran mis libros, yo rendía al día siguiente el examen final, abren el de Villee, ven esas hojas dobladas con apuntes, lo empiezan a leer, y era un volante de una agrupación a la que yo no pertenecía, que ya no existía, era del ‘73, ‘74, que más o menos decía: “La sangre derramada la cobraremos con muchas más victimas de los militares y la policía”, cosas por el estilo. A medida que iba leyendo nos íbamos dando cuenta de que íbamos a quedar secuestrados, y efectivamente ocurrió. Yo les decía a cada rato que la letra no era mía, cosa que era verdad. Me preguntaban quién me había prestado ese libro, yo conocía a esa persona pero no iba a decir quién era. Dije que era una persona que había cursado conmigo otra materia, no me acuerdo qué nombre inventé.

Nos llevaron a la comisaría de Valle. Yo pedía que nos dejaran llamar a nuestros padres. No nos dejaron, nos dijeron que estábamos secuestrados, nos empezaron a tomar las huellas… pensamos que no salíamos más de ahí, tuvimos mucho miedo. Creo que nos salvó que yo insistía con que eso era de otra época, que se fijaran que no era mi letra, que era un volante viejo, y me acuerdo que a eso de las tres, cuatro de la mañana, vino a la comisaría un hombre con un piloto o un sobretodo muy elegante. Lo vi entrar porque no estábamos en una celda sino que nos tenían en un cuarto. Este hombre sería de inteligencia o algo por el estilo. Se acercó a tomarnos una declaración, yo volví a explicarle todo lo mismo y este hombre sabía. Dijo “dice la verdad, esta agrupación no existe más”. Nos creyeron, nos dejaron ir tipo cinco de la mañana, diciendo que si escondíamos algo nos iban a volver a buscar.

Salíamos con tanto miedo de sentir tiros por la espalda que queríamos salir corriendo, pero no lo hicimos, fuimos tranquilos para mostrar que no ocultábamos nada, pero la sensación era que dolía la espalda porque estábamos esperando recibir un tiro atrás. Zafamos, nosotros pudimos. Otros no, lamentablemente. Una de las que no pudo fue justamente Beatriz Perosio.

Hay otra situación que yo recuerdo y da cuenta de que había conciencia en todo un grupo de lo que pasaba, al principio. En otro lugar donde se cursaba, en el ‘75 o ‘76, era en un edificio en Independencia pero a la altura de Pichincha, al 2000 aproximadamente, no donde cursamos ahora. Me acuerdo que un día sábado yo estaba repartiendo algún volante del Centro, algo por el estilo, estaba militando. Ya las cosas estaban muy feas. Yo había entrado a un curso a hablar, me había visto un amigo, y al rato hubo un ruido, se escucharon unas sirenas, alguna cosa rara, y este chico pensó que habían entrado fuerzas policiales a la facultad y me habían secuestrado. No había pasado nada de eso, pero levantó el curso y bajaron todos. Había mucha conciencia de que nos teníamos que defender entre todos, no solo físicamente a aquel que le pasara algo sino también a la organización de los estudiantes.

Después, durante toda la dictadura, ¿cómo hacia uno para hablar con alguien? Íbamos a estudiar a la casa de alguien y no se decía nada, había que tener mucho cuidado. Nos hicimos especialistas en tratar de interpretar hasta ciertos gustos, comentarios de películas, qué bibliotecas tenían, qué forma de vida, etcétera, para ver si uno podía largarse a hablar algo con alguien. Yo me acuerdo una época donde estudiaba muchísimo en grupo y por ahí demoraba dos, tres meses en poder decirle algo a alguien, y por suerte no me equivoqué en detectar a quién podía y a quién no, porque sino tampoco estaría acá. Pero era muy duro, uno tenía que esconder muchas cosas, había que inventarse una especie de forma de vida porque muchas cosas no se podían decir, lugares que no se podían pisar, pero buscamos la estrategia para poder sobrevivir y seguir organizándonos. Organización que de alguna forma se mantuvo durante todo ese tiempo y reapareció ya en el año ‘82.

Yo si bien estudiaba en Psicología, en ese momento ya no vivía en Buenos Aires. Me había ido en enero del ‘80 a vivir a La Plata, y estaba haciendo el ingreso para Ciencias de la Educación en la ULP. Viajaba especialmente para estudiar dos o tres días por semana. En el ‘82 vuelvo a vivir a Buenos Aires y ya ahí estaban gestadas todas las posibilidades y redes como para las primeras elecciones de Centros de Estudiantes, que fueron entre el ‘82 y el ‘83. Yo ahí no seguí tanto la organización de los estudiantes del Centro de Psicología porque venía muy puntualmente hasta fines del ‘82 solamente a cursar las materias, pero fue todo muy parecido en diversas facultades. En La Plata por ejemplo constituimos la primer comisión reorganizadora del país, que hizo el primer festival, en la época de Malvinas. Me acuerdo que tuve que ir a pedir permiso a la central de policía y también ahí tuve mucho miedo, porque veías a chicos jóvenes con barba, vaqueros, pelo largo, y te preguntaban para qué servicio trabajabas. “No, yo vine a pedir un permiso para un festival estudiantil”. O sea que los otros eran estudiantes infiltrados. Canas.

Fue muy parejo en todas partes. Empezamos nosotros ahí con Humanidades de La Plata, pero después siguió acá Filosofía y Letras, después Psicología, y fuimos como semillitas que se mantuvieron vivas durante toda la dictadura, y que empezaron a brotar sobre todo a partir del tema de la guerra en Malvinas. Ahí ya la dictadura no era la misma en cuanto a su fortaleza, y se podía empezar a hablar un poco más, a aparecer en forma organizada, hasta que finalmente culminó con las elecciones a Centro de Estudiantes.

Trabajábamos muchísimo con los organismos de derechos humanos, con la Comisión de Familiares de Detenidos y Desaparecidos por Razones Políticas, con Catalina Guagnini por ejemplo, con Mabel Gutiérrez en su momento también. En La Plata trabajamos mucho con Hebe de Bonafini. Yo tengo por acá un llaverito que me regaló, hecho por presas de Ezeiza. Ya había un espacio para realizar estas actividades, y nos largamos con mucha audacia y claridad política. Con muchas ganas de cambiar las cosas.

Vuelvo a Beatriz Perosio porque creo que se lo merece y porque era la conexión entre estudiantes y profesionales. Fue al menos como estudiante la única conexión que yo tuve, y cuando empezamos a reorganizarnos en el año ‘82, se discutió en esa comisión reorganizadora hacer una campaña, ligada a los organismos de derechos humanos, pero por Beatriz Perosio, que tanto había trabajado con nosotros.

Teníamos muchas dificultades también para reunirnos. En los bares no se podía, a las casas íbamos tabicados. En la facultad antes del ‘82 tampoco, entonces creo que se me había ocurrido a mi ir con otro compañero, Julio, a hablar a la Asociación de Psicólogos, donde ya por supuesto no estaba Beatriz. Nos entrevistamos con el nuevo titular y le planteamos dos cosas: Por un lado, si podíamos funcionar ahí y empezar a reunirnos ahí, en base a algo que nos había dicho Beatriz cuando empezó la dictadura: que la Asociación era nuestra casa, que cada vez que quisiéramos reunirnos los estudiantes podíamos hacerlo ahí, hasta nos mostró una habitación donde nos podíamos reunir. Haciendo uso de esto, de alguna forma, intentamos volver a poder utilizar ese lugar. Por otro lado planteamos la campaña por Beatriz Perosio. Fuimos con un petitorio, un pronunciamiento, por su aparición con vida. El que estaba ocupando ese lugar en ese momento nos dijo que las cosas habían cambiado, que no podíamos usar la Asociación y que tampoco podía estar la firma de APBA en ese petitorio porque era todo un compromiso. Nosotros dijimos que si, por supuesto que era un compromiso. Que la firma podía ser difícil de lograr sin ser avalada por una asamblea de la institución, pero que al menos pusiera su firma a nombre personal. Tampoco quiso. Yo en su momento me enojé mucho, muchísimo, pero bueno, teníamos diferentes estrategias para salvarnos.

En el año ‘82 empezamos a brotar y para el ‘84 ya empezaron a aparecer diferentes agrupaciones, se reanudó la discusión en la facultad. Ocupábamos la facultad, hacíamos actos con organismos de Derechos Humanos. Recuerdo un acto en el año ‘82 donde pusimos un escritorio en el actual edificio de Independencia, las subimos a Catalina y Mabel, y todo el hall central estaba repleto de estudiantes. Ahí gritamos por recuperar la facultad, el Centro de Estudiantes, abajo la dictadura, por los presos políticos, aparición con vida… Fue importantísimo. Esas cosas fueron las que ayudaron a lo que fue la organización actual que hoy tenemos.

Hubo otro momento también muy importante cuando fue la “quema de las chequeras”, porque arancelaron la educación universitaria en su momento. Teníamos, yo aún creo que la tengo, como un carnet que era el arancel que teníamos que pagar, y en un buen momento –se lo llamó la quema de chequeras si bien yo nunca las vi quemarse– dejamos de pagar y cayó el arancelamiento, se lo ganamos. La organización era ir animándose de a poco, ir hablando de uno a otro. Así lo fuimos haciendo hasta que nos consolidamos como organización estudiantil.

¿Que creés desde tu punto de vista que después de los militares ya nunca volvió a ser igual?

La verdad es una pregunta difícil, porque pasaron muchos años y son diferentes generaciones. Ahora los estudiantes que por ejemplo hoy están en los Centros de Estudiantes, que han recuperado los Centros y la Federación Universitaria –porque también después hubo toda una etapa de la Franja Morada–, que trabajan conjuntamente con los gremios docentes por sus reivindicaciones, yo noto que tienen otra relación con la policía, con las fuerzas armadas. Ellos no vivieron la dictadura, no saben lo difícil que fue. Yo durante años no pisé la calle Corrientes, no conocía donde vivían mis amigos, mis padres no sabían donde vivía. Fue una época muy brava, y uno la puede contar, pero por ahí no es lo mismo. Ojo, no digo que no tengan conciencia, me gusta eso, pero tienen una cosa más desafiante que yo creo que nosotros no la tenemos tanto. No porque arruguemos, la prueba es que no arrugamos, pero es otra la forma en que nos paramos frente a ellos. Eso por un lado.

Por otro lado, como pasó la dictadura y por suerte conocemos muchas cosas y nos hemos ocupados quienes la sobrevivimos de darlas a conocer, a pesar de que por ahí parezca que mucha gente hoy no participa, yo creo que lo hacen de otra manera, y que hay mucha conciencia de que ahí no podemos volver. La prueba fue la Semana Santa con Alfonsín y cómo salimos todos a la calle. O cuando decretaron el estado de sitio en 2001, yo estaba en una fiesta de cátedra en esa noche, en la casa de un profesor, en la cena de fin de año. Escuchamos que habían decretado estado de sitio, le pedimos cacerolas al profesor y bajamos en Córdoba y Pueyrredón a tocar la cacerola. Algunos después seguimos a Plaza de Mayo, Congreso, todo lo que ya conocemos, porque no queríamos estado de sitio. Creo que eso ya hizo carne, y es muy importante.

Después está también lo que yo espero que no se pierda: la lucha por los derechos. No solamente a vivir, sino los derechos a manifestarse, a pelear por una educación, a poder organizarse. Creo que esa semillita está.

Esta transcripción refleja una entrevista realizada a la Licenciada Ileana Celotto el 19 de diciembre de 2009. Se encuentra en https://youtu.be/jLUp5mGaRt8

Beatriz Perosio fue militante de Vanguardia Comunista, titular de la Asociación de Psicólogos de Buenos Aires (APBA) y de la Federación de Psicólogos de la República Argentina (FePRA). Fue secuestrada el 8 de agosto de 1978. http://www.elortiba.org/pdf/perosio.pdf